Capítulo 6 — Nuevo Integrante — Parte 3.

Creí que se acercaría corriendo, que es lo que para cualquiera se hubiese preparado. Pero no. Fue dando lentos pasos hacia mí con su arma apuntando hacia abajo. Yo seguía inmóvil, que es lo que hice cuando luché contra Amy: esperar a que él atacara primero.

Ese lapso de tiempo, que se me hizo una eternidad, sucedió, en realidad, más rápido de lo que imaginé. Bueno, tampoco es que él estaba muy lejos, unos cinco pasos y llegaba hasta mi posición.

Pensé que era un buen momento para estar en el papel de malo lo mejor posible, total un poco de diversión no me vendría mal. Sinceramente, no entendía de dónde saqué el valor para hacerlo, para seguir con mi postura segura porque, por dentro, estaba más asustado que… que algo asustadizo, creo.

La cuestión es que le sonreí maliciosamente con los ojos entrecerrados tratando de provocar algo más de intimidad en aquel viejo.

Antes de golpear recordé que debía hacer parecer una situación normal, es decir, nada de pegarle un puñetazo y mandarlo hasta la pared del fondo o esquivar el filo de la cuchilla a la velocidad de la luz ni nada por el estilo. Así que decidí acabarlo rápido. Algo como unos movimientos en seco y nada más. Si es que lograba hacerlos, claro.

El viejo podrido, de entrada y sin más habilidad ni nada, trató de clavarme el cuchillo por el hombro izquierdo, pero me agaché y, cuando su brazo ya había cruzado por encima de mí, le pegué una patada lo más despacio que pude. Luego de eso escuché algo parecido a un CRACK haciendo volar su cuchilla por los aires y caer lejos de nosotros con un sonoro repiqueteo contra el suelo de concreto.

Llevado por la adrenalina y la emoción, le ensarté con el puño de mi mano derecha en la mandíbula de abajo hacia arriba, como un gancho, y lo levanté del suelo. Al caer y quedarse de espaldas, el hombre estaba presionando las mandíbulas tratando de contener el dolor, ayudándose con los ojos cerrados fuertemente.

Me acerqué a él con cara de repulsión. Levanté un pie a la altura de mi cadera y lo bajé pisándole la espinilla oyendo un muy sonoro ruido similar al anterior.

—¡AAAAAH! —aulló el señor.

Eso me detuvo. Fue un grito desgarrador, algo horrible. Espantoso. ¿Qué me pasaba? Yo no era así. Está bien que quería cambiar un poco las cosas, ya sabes, divertirme, pero nunca creí que llegaría a un extremo como este. No imaginé que sería capaz de cometer cierta atrocidad.

Volviendo en mí, hice un par de pasos sumamente lentos hacia atrás con la boca abierta mirándolo, incapaz de creer que yo había hecho eso.

La adrenalina me había proporcionado cierto calor pero, al haber frenado, la lluvia aceleró el pasaje de mi temperatura a algo más bajo. Me estaba congelando.

Pasé de estar impresionado, atónito a la tristeza.

—No… —dije con un nudo gigantesco en la garganta—. No… —repetía una y otra vez para mí mismo.

Salí corriendo de allí sin importar la velocidad. Corrí con las lágrimas desbordando de mis ojos por lo que les hice ver. Yo era el culpable. Lo era y lo sabía, nada remediaría aquello. Sabía que cargaría con el resto de la culpa quién sabe por cuánto tiempo. No se me ocurrió otra cosa que correr, hasta pasado un tiempo que reconocí que haciéndolo sólo me perdería más de lo que estaba y también me di cuenta de que no estaba completamente desarrollado, porque ni siquiera recordaba el camino de vuelta y, según Amy, mi memoria o lo que sea también mejoraría, y no recordaba nada de lo recorrido.

Frené en una esquina debajo de una luz amarillenta y me senté en el suelo abrazándome las piernas con los brazos atrayéndolas más hacia mi cuerpo. Con la cabeza entre las rodillas rompí en llantos. No lograba olvidar lo sucedido, no lograba atenuar el dolor y el nudo en la garganta que sentía. Querían hacerme sentir peor de lo que ya estaba. No lograba verme a mí haciendo eso, pero así había pasado, tenía que aceptarlo.

Al pasar los minutos, cuyos no tenía ni idea de cuántos habían sido, los gemidos dejaron de sonar. No podía seguir llorando. Ya está. Stop.

Al callarme, pero con los brazos tapándome los ojos, comencé a oír más detenidamente mi entorno. La lluvia cayendo, una luz a una cuadra que se encendía y se apagaba, agua cayendo por las alcantarillas y un curioso sonido. Era suave, agudo y pausado. Lograba alcanzar a escuchar su respiración. Era algo muy pequeño para desprender aquellas pequeñas vibras.

Alcé la vista hacia el frente. En la manzana que estaba cruzando la calle no había nada, en la mía tampoco. Agucé el oído. Los leves gemidos se oían delante de mí pero no veía nada. Decidí confiar en mi audición, así que presté más atención hacia dónde miraba.

En una sombra muy pero muy oscura, al lado de un porche y debajo de un bajo techo, había algo. Temblaba y era muy pequeño. Me lo quedé mirando por un momento dudando. ¿Qué era eso? ¿Un animal? ¿Un bebé?

Me levanté silenciosamente y crucé la calle en sumo silencio. Al llegar al lado de aquel porche me agaché y logré identificar qué era lo que producía ese llanto.

Un cachorrito. Habrá tenido dos meses. No era más largo que mi espinilla. Era de un color negro potente con algunas zonas blancas. Estaba acurrucado conteniendo el calor y la cabeza lo más cerca posible de sus patas delanteras. Exhalaba un aire frío, cosa que no era buena señal. Cada exhalación representaba un gemido.

Aquella imagen borró todo lo demás en mi mente y ocupó un sentimiento de pena.

Sin dudarlo, lo tomé entre brazos y lo acurruqué contra mi pecho proporcionándole la mayor cantidad de calor posible, ya que yo estaba un poco más cálido que aquel animalito.

El cachorro no se movió. Lo metí debajo de mi campera. Seguía quieto. Eso comenzaba a inquietarme. Lo toqué varias veces a ver si respondía. Nada. Su respiración y latidos estaban estables, bueno, con estables me refiero a que funcionaban, pero no lo suficiente. ¿Qué era? ¿Tenía demasiado frío? ¿Hambre o sed? ¿Sueño? Qué sé yo, no soy veterinario, sólo me gustan los animales y hasta ahí, aunque nunca tuve uno.

Empecé a doblar muy poco las rodillas y a estirarlas, tratando de despertarlo mientras lo tenía dentro de mi chaqueta.

—Amiguito, ¿estás ahí? —susurré—. Por favor, con que muevas una patita me basta.

Seguí rogando que me de algunas señales. Pero no lo hizo. Aunque no por eso lo dejé ahí de nuevo.

Me recosté contra la pared, junté las piernas y las acerqué al pecho, donde descansaba el cachorrito, creyendo que eso lo reconfortaba. Había dejado de gemir, supuse que era algo bueno, porque seguía respirando y todo eso.

Doblé mi espalda hacia delante encerrándolo más aún, pero dejándole un espacio para que pudiera respirar. Así estuve por unos minutos. Hasta que me dio sueño, cerré los ojos inconscientemente y me dormí.

¿Cuánto tiempo había dormido? ¿Tres horas? ¿Hora y media? ¿Diez minutos?

Al abrir los ojos el clima y cielo seguían iguales, sólo que la lluvia se había calmado un poco hasta transformarse en un gélido rocío. Estaba algo atontado, pero no tanto como cuando te despiertas de una siesta. Recordé rápido lo que había pasado, dónde estaba y con quién estaba. Bajé la vista y seguía ahí, quieto.

No hice otra cosa que mirarlo. Mirarlo, mirarlo y mirarlo.

Recurrió a los músculos y se estiró abriendo la boca soltando un bostezo. ¡Se movió!