Una sonrisa surcó mi rostro. Seguí impaciente para ver qué haría, mi primera impresión fue: “está vivo”, eso era lo que más me preocupaba.
Miró de derecha a izquierda. Había dejado de temblar. Notó raro el lugar en donde estaba, así que alzo la vista y me vio a los ojos. Creí que había entendido que yo era el responsable de que no tuviese frío, pero enseguida pensé que se iría corriendo. No lo hizo, se acurrucó en mi abdomen y me acarició con la cabeza. Me permití alzar una mano y acariciarlo. Estaba sucio al tacto, pero no apestaba mal sino que tenía ese olor a cachorro. Necesitaba un buen baño caliente y una larga noche de descanso. Hablo por los dos.
El correr y la banda de sentimientos que sentí aquella noche fueron indescriptibles.
En parte me arrepentí de haberme escapado, y en parte no. Ya te imaginas por qué.