domingo, 15 de abril de 2012

Capítulo 4 — Dones — Parte 2.

—Sí, pero yo no —aclaró Drew.

Amy suspiró.

—Luego te lo explicaré —dirigió la vista hacia mí y me estudió con la mirada en gesto preocupado—. ¿Te encuentras bien?

Era lógico, estábamos en peligro. No sabía a qué medida, qué porcentaje de perder pero si todos los demás no lograron safarse… no es por ser negativo, pero estaba seguro de que teníamos una muy remota posibilidad de salir con vida.

Aunque tenemos la ayuda de Amy, cuya persona no sé qué es capaz de enseñarnos ni qué otros trucos sabe hacer ella, creo que no lo lograríamos. Es que ¿acaso los demás no tenían a personas con la determinación que tiene mi amiga?. Y ahora que lo pienso, ¿nos ayudará en la pelea? ¿O sólo es algo de Drew y mío? Ver a Amy con esa postura tan suya de confianza y segura me daba la impresión de que, si perdemos, acabaríamos llevándonos a algunos. O eso espero.

Luego de un momento de reflexionarlo mirando al vacío recordé que me estaban hablando.

—Sí, estoy bien —contesté no muy seguro de mis palabras.

—Logan, ¿todavía quieres…? Ya sabes. ¿Probar tu don?

—Sí, claro que sí. Para eso es que estamos aquí —aseguré.
Intercambiaron una mirada rápida de confusión y luego volvieron sus miradas hacia mí.

—Bien, acompáñenme —dijo Amy.

Entramos de nuevo al interior de la casa, pasamos por la cocina y seguimos por un pasillo que no había visto antes. Entramos por ahí, avanzamos unos cuantos pasos y llegamos a un garaje.

Genial, nuestra casa incluía vehículos de regalo. ¿Acaso esto era una promoción?

“Si descubres que tienes dones, que tienes que mantenerte alejado de tu familia para mantenerla a salvo y tienes un amigo que está en tu misma situación, ¡ganas un fabuloso auto negro y una motocicleta para causar envidias en los demás”. Bueno, creo que estoy exagerando.

La cuestión, es que Amy se dirigió a la muy genial motocicleta, una de esas grandes y llamativas —tal vez dos o tres veces más grande que ella misma—, la examinó con la mano en la barbilla y fue hacia una pequeña repisa que había sobre la pared donde tomó un pequeño control remoto blanco, lo apuntó hacia el portón y presionó el botón rojo. Se abrió lentamente y, hasta que terminó de moverse, Amy volvió a la repisa, dejando el control y tomando unas llaves.

—Bien —dijo finalmente—. Veamos qué tan rápido puedes correr.

El venir al garaje, en donde se encontraban el auto y la moto, me dio una ligera idea de lo que Amy tenía en mente.

—De acuerdo —dije.

Sin más, colocó las llaves en el admirable vehículo de dos ruedas, las giró e hizo un leve y rápido rugido al encenderse. Sin duda, estaba en perfectísimo estado. Hecho eso, subió en ella y salió al exterior.

Dudé por un instante en que una chica de catorce años anduviera en algo así en la calle. Pero bueno, era Amy.

En cambio, Drew la suguió sin pensarlo.

—¿Qué esperas? —Haciendo un ademán con la mano llamándome.

—¿No crees que lo que estás haciendo es algo ilegal? —pregunté de todos modos yendo al exterior.

Fuera hacía calor, pero había un cierto viento refrescante y agradable que te había olvidar de las altas temperaturas y te relajaba. El cabello de Drew era una especie de panel solar, su color rubio reflejaba la luz de un modo vivo. El de Amy, largo, sedoso y negro como la noche, tenía una textura y un brillo tal que, al ondear por el viento, impactaba.

—No pasará nada —aseguró poniendo los ojos en blanco.

—Está bien —concluí decidido a no insistir más sobre el tema—. ¿Qué haremos? —Aunque yo ya lo tenía previsto.

—Aquí es el comienzo de la calle. Por lo que tenemos bastante para que corras. Así que yo iré aumentando la velocidad y tendrás que tratar de seguirme el ritmo, ¿comprendes?

—Sí —dije sorprendido porque creyera que yo sería capaz de poder correr a la velocidad de una moto como aquella.

—Comencemos.

—Yo los espero aquí —dijo Drew haciéndonos saber de su presencia.

Amy se posicionó en el medio de la calle y yo a la misma altura pero en la vereda.

—¿Listo? —me preguntó haciendo rugir el motor.

—Sí —conteste alzando la voz para hacerme oír. Me pregunté si a los vecinos no les molestaría el ruido que estábamos haciendo a estas horas de la tarde —alrededor de las tres o cuatro—.

Se trabó un casco negro que había tomado del garaje y se posicionó.

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